Al cristiano se le exige ser limpio

Al cristiano se le exige ser limpio

En el Mundial de Futbol Qatar 2022 Japón se enfrentó a Alemania – cuatro veces campeona- a la que sorpresivamente derrotó 2 goles a uno.

Pero, una acción de los fanáticos japoneses que llenaron varias gradas del estadio sí constituyó una sorpresa para los qataríes y ciudadanos de otros países presentes, aunque es una costumbre de los nipones.

Al término del partido, los fans asiáticos tomaron fundas y se dedicaron a recoger lentamente cada papel o residuo que quedó en el suelo o entre los asientos que ocuparon.

Los periodistas que cubren el mundial futbolístico corrieron para captar en imágenes la limpieza de los fanáticos japoneses que no se retiraron hasta dejar las gradas en impecables condiciones.

Si una mínima parte de todos los seres humanos imitáramos a los nipones, nuestro bello planeta, el único habitado en el vasto universo, no estaría en peligro por toda la agresión al ambiente, incluyendo el lanzamiento de basura y plásticos.

Una media de 8 millones y medio de toneladas de plásticos es vertida cada año a los océanos. Se estima que, si no cambiamos de tendencia en el 2025, al doblar de la esquina, nuestros mares tendrán 1 tonelada de plástico por cada 3 de pescado y en el 2050 habrá más plásticos que peces.

En el Pacífico hay una gran mancha de basura, llamada continente de plástico, cuya superficie se estima entre 710 mil a 17 millones de kilómetros cuadrados.

Es un problema serio del cual nuestro país no escapa. Millones de dominicanos lanzan los desperdicios a las calles que tapan los filtrantes, van a las cañadas y a los ríos y terminan en el mar. Las inundaciones del aquel viernes 4 de noviembre demostraron otra vez la situación terrible producida por los desperdicios.

Para los japoneses proceder a dejar limpios sus espacios es una cultura; lo propio hicieron en el Mundial de Fútbol Rusia 2018.  Ordenar lo que se ensució en cualquier escenario –estadio, playa, vecindario- es una práctica cotidiana, parte de su educación y hábitos que adquieren desde los jardines de infancia.

Una profesional japonesa lo manifiesta con estas palabras que resumimos: “En Japón, el pensamiento de comunidad es un concepto fuerte. Todo se maneja en grupo. Cuidar tu espacio, la oficina o la escuela es una parte primordial. Una acción incorrecta –dejar papeles tirados, como en este caso– hará que perjudiques a los demás y eso es algo que no es aceptable”.

En Japón, la actitud de dejar un lugar tal cual como cuando llegaron lleva el nombre de souji y es una práctica muy común en Japón. “¿Por qué limpiar lo que se ensució? Esa conciencia y responsabilidad en Japón es fuerte, todos la respetan. Pensar en el otro es natural y prioritario, se sabe que si uno no hace las cosas como corresponde, perjudica a los demás”.

¡Qué belleza el gesto de los japoneses! Y no es asunto de pobreza ni de riqueza. Pobre no es sinónimo de sucio. ¿Estamos conscientes de que al Señor no le gusta lo sucio por lo que nada impuro podrá entrar al Cielo?

En el amplio ceremonial relatado en el Antiguo Testamento predomina la limpieza, desde los cuerpos de los sacerdotes y oferentes hasta cada vestimenta y utensilio utilizados en el templo para la adoración.

El constante lavado de pies después de las caminatas y de las manos antes de ingerir alimentos practicado por los judíos en el Nuevo Testamento son reglas básicas de higiene personal y de protección para la salud, pero estas costumbres van con las líneas generales del código de limpieza de Jehová.

A un cristiano no le luce ser sucio ni transgresor de la higiene en cuanto a la vida doméstica se refiere, pero también debe tener bien clara la trascendental importancia de la limpieza espiritual.

A la Nueva Jerusalén “jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira, sino solo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27).

En conclusión, para ser aceptos ante Dios, él demanda la limpieza del corazón.

Su demanda es constante: “por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2da. Corintios 7:1).

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