En un mundo de Transgéneros

En un mundo de Transgéneros

Como todos sabemos, en el mundo quieren imponer a la fuerza la llamada Ideología de Género. La Iglesia Cristiana en sentido general tiene como uno de sus principales retos la resistencia a este propósito antinatural y antibíblico. El reputado periodista Miguel Guerrero escribió el siguiente artículo que compartimos porque consideramos de alto interés su conocimiento.

En Un Mundo de Transgéneros
Por Miguel Guerrero

La llamada “ideología de género” que se trata de imponer sobre la base de que la identidad sexual no es una realidad biológica sino una construcción socio cultural, carece de sustentación científica. Pero esa corriente defensora de los transexuales a elegir su sexo, está ganando terreno en muchas partes y comienza a expandirse en el país. Organizaciones internacionales, con el respaldo de algunos gobiernos intentan imponerla a través de los niveles más bajos del sistema educativo, es decir la educación infantil.

El tema encierra un peligro inminente y las consecuencias ya se han visto, como es el caso de España. Allí, en reacción a una campaña por grupos defensores de los derechos de los homosexuales, en los 2017 ciudadanos españoles hicieron circular un autobús con un letrero que decía: “los niños tienen pene, las niñas tienen vagina”. Esa irrefutable realidad provocó airadas expresiones de repudio por grupos de la comunidad LGTB que la estimaron insultante, lo que encontró amplios espacios en los medios, generando acciones represivas de parte de la autoridad pública, como fue el caso de la confiscación del vehículo por parte de la alcaldía de Madrid y el sometimiento judicial de los autores.

Lo innegable es que los niños tienen pene y las niñas tienen vagina y los auspiciadores de la llamada “ideología de género” no podrán probar científicamente que una persona puede cambiar su identidad sexual por medio de operaciones de los genitales. En el fondo de tan grave problema subyace lo fundamental y es que esta delirante campaña agrede derechos esenciales de la familia, es decir el derecho de los padres de educar a sus hijos conforme a sus valores.

La transexualidad en los niños equivale a “abuso infantil”. Esta “ideología” también intenta cambiar el idioma con cosas, por ejemplo, de “dominicanos y dominicanas” tan propia del discurso político, ya que el plural envuelve ambos géneros.

A la Suprema Corte de Estados Unidos le toca decidir, si no lo hizo ya, sobre un caso que cambiaría la visión que la humanidad tiene sobre la historia y acerca de sí misma. Se trata de un expediente relacionado con los llamados “derechos de los transexuales” y lo que la “ideología de género” define como un delito de discriminación contra quienes creen que la identidad sexual no procede de una condición biológica, sino fruto de un contrato social que debe ser cambiado.

Una pareja de homosexuales pidió a una pastelería un bizcocho para celebrar su matrimonio. El propietario del negocio se negó, aduciendo sus valores familiares y sus derechos constitucionales. La pareja se querelló, el establecimiento fue cerrado y el pastelero fue multado con una fuerte suma y sometido a la justicia bajo el cargo de discriminación contra los derechos de la comunidad homosexual.

Este triste episodio lesiona toda la estructura de valores en que se fundamenta la sociedad estadounidense desde la declaración independencia el 4 de julio de 1776. Tratándose de un país con una economía construida sobre la libre elección, la pareja homosexual pudo haber acudido a otro pastelero. El caso expone además con toda crudeza las amenazas que esta ideología de supremacía sexual representa contra los valores cristianos en que nacieron y crecieron esa y otras naciones como la nuestra.

Los transexuales pretenden imponernos su visión del sexo y la sexualidad y peor aún negarles a los padres el derecho de educar y guiar a sus hijos sobre temas tan relevantes. Las presiones de los grupos que promueven esta ideología han creado un clima de intimidación en los órganos y grupos con capacidad para delinear políticas públicas. Y si esta ideología llega a imponerse como una política de estado esta sociedad se derrumbará. No estará entonces lejano el día en que sería un delito de cárcel llamar por su nombre a quien se confiese como tal.

El partido Podemos puso en el 2017 de vuelta y media a las iglesias y a más de media España con su propuesta al Parlamento contra lo que llama discriminación por orientación sexual y de igualdad social del colectivo LGTB. La Federación de Entidades Evangélicas y la jerarquía católica advirtieron que la iniciativa rompía con las tradiciones españolas imponiendo normas contrarias al derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus valores.

Según el Episcopado español, la propuesta podría promover la “destrucción de libros que vayan contra la ideología de género” e imponer un “pensamiento único”, calificándola como una “ley totalitaria y adoctrinadora”, que culminaría con la instalación de “una agencia estatal con capacidad punitiva”. La propuesta y la influencia creciente del colectivo LGTB tienen a gran parte de la sociedad española en ascuas.

Los obispos llamaron la atención sobre la gravedad de esta ley y las consecuencias que supondría su imposición en el ámbito educativo si llegara a convertirse en pauta legal sobre el sistema de enseñanza. Sostienen que la iniciativa pretende negar que la identidad sexual, nacida de ser hombre y mujer, es el resultado de la realidad biológica, no de un contrato social pasible de cambio. Si llegara a aprobarse la ley, advierten los obispos, nadie se podrá mover “sin que confiese, con fe religiosa, la ideología de género”.

La pretensión de hacer obligatorio en la enseñanza en las escuelas, como parte de los programas infantiles educativos, que los niños pueden cambiar de sexo, como un derecho natural, es una peligrosa y bárbara idiotez. Para que se tenga una idea, y lo he dicho y escrito sin cesar, la Universidad de Granada publicó ese año un calendario con los nombres de los meses en femenino: enera, febrero, marza, abrila, maya, junia, julia, agosta, septiembra, octubra, noviembra y diciembra. Y no es una broma.

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