Cuarenta días a través de la Biblia – III
El apóstol Juan inicia su Evangelio hablando de la aparición de Cristo en la tierra cuando dice: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció” “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” “más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habito entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:10, 11; 14). Esta presentación del Dios-hombre por el apóstol del amor es un testimonio de que el Hijo de Dios, no obstante hacerse humano, no perdió su deidad.
Jesucristo, el Dios-hombre, no obstante mantener su divinidad, después de ser bautizado por Juan el Bautista, el evangelista Lucas registra la primera actividad del Maestro diciendo: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. Y no comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre” (Lucas 4:1,2). El escritor continúa narrando las tres propuestas de Satanás para tentar al Hijo de Dios y la manera como Cristo lo venció apelando a las Sagradas Escrituras, las cuales conocí a a la perfección desde su niñez. Lucas concluye la narración de este inicio del ministerio de Cristo diciendo: “Y cuando el diablo hubo acabado toda la tentación, se aparto de él por un tiempo” (Lucas 4:13).
Si el Hijo de Dios, que junto al Padre y al Espíritu Santo, fue el creador del universo, acudió al Jordan para ser bautizado por Juan el Bautista y ma s adelante se interno en el desierto durante cuarenta dí as en ayuno y seguramente en oración, con la finalidad de estar bien preparado para iniciar su ministerio, cuanto ma s nosotros necesitamos prepararnos espiritualmente para hacer frente a todas las acechanzas del diablo, que anda “como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). No importa los ataques del archienemigo de Dios y adversario de sus hijos, ya que nosotros contamos con “el Leon de la tribu de Judá” (Apocalipsis 5:5).
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