El Nacimiento del Salvador del Mundo – III
Nuestro Dios es inmutable, por tanto, cumple sus promesas con fidelidad. Dios en su misericordia continuó recordando a la humanidad caída la promesa de redención hecha a la primera pareja humana en el Huerto del Edén. Después de repetir la mencionada promesa por medio de Moisés, Balaam, David, Isaías y otros profetas, inspiró al profeta Miqueas para profetizar en relación a la aldea donde nacería el Salvador del mundo, cuando bajo la inspiración divina dijo: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).
El Dios omnisciente estuvo durante milenios atento a la condición del mundo que de manera acelerada se deterioraba cada día, sirviéndonos como indicadores los juicios divinos en la Torre de Babel, el diluvio en los tiempos de Noé, el exterminio de las ciudades de Sodoma y Gomorra con azufre y fuego, así como otros juicios sobre Israel, su pueblo escogido. La misericordia de Dios se mantuvo firme, no obstante el comportamiento de los hombres y mujeres a lo largo de miles de generaciones. El apóstol Pablo, en los primeros tres capítulos de su epístola a los Romanos presenta una descripción de la condición deteriorada de la raza humana, donde concluye diciendo: “No hay justo, ni aún uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron… No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno…” (Romanos 3:10-13).
El apóstol Pedro dice que: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros; no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2da. Pedro 3:9). Dios tiene establecido el momento de actuar para cumplir lo prometido, refiriéndose a lo cual el apóstol Pablo dijo: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gálatas 4:4,5). Dios continúa siendo fiel a sus promesas, por lo cual nosotros, sus hijos vivimos confiados y esperanzados en que sus promesas, incluyendo el arrebatamiento de la iglesia, se cumplirán en el tiempo determinado por él.
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