Hacia una renovación Espiritual – II

Hacia una renovación Espiritual - II

El apóstol Pedro se encontraba en Cesárea, cumpliendo una misión en la casa de un centurión del imperio romano, llamado Cornelio. Pedro aún sorprendido por la extensión de la misericordia de Dios a los gentiles, comenzó su discurso diciendo:

En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34).

Pero mayor fue la sorpresa de este enviado del Altísimo cuando al final de su predicación el Espíritu Santo cayó sobre todos los oyentes gentiles que escuchaban el discurso y hablaron en nuevas lenguas, lo cual evidenciaba haber recibido el bautismo en el Espíritu Santo.

Nuestro Dios ama a todas las personas, aunque no esté de acuerdo con su comportamiento, puesto que él no quiere “que ninguno perezca sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Dios acepta a judíos y gentiles, hombres y mujeres, niños y adultos, ricos y pobres, así como letrados e iletrados. Dios rechaza el pecado, pero ama al pecador, y en su misericordia dio a su único hijo para dar su vida en propiciación del pecado de la humanidad, a fin de que todo aquel que en él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna.

Sarai, la esposa del patriarca Abraham, es un ejemplo de que el Dios Altísimo no hace acepción de personas. Durante la permanencia de esta mujer en su tierra natal, y aún después que la familia se trasladó a una ciudad de Mesopotamia de nombre Harán, al igual que su esposo y toda su familia eran paganos, adoradores de ídolos. Dios operó una renovación integral en Sarai, cuyo nombre significaba pleitista y le cambio el nombre por Sara, que significa princesa. A partir de esa transformación Sara se convirtió en una creyente que podía confiar en las promesas de Dios concerniente a hacer de ella y su esposo una nación grande, no obstante su avanzada edad.

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Pastor y fundador de la Iglesia de las Asambleas de Dios Templo el Calvario, Santo Domingo, Rep. Dom.