Jesucristo, el Cordero Pascual – II
El sacrificio de Corderos, de otros animales y de aves por el pueblo Judío y sus antepasados desde los tiempos de Abel, que a diferencia de su hermano Caín presentó a Dios una ofrenda de lo mejor de sus ovejas, mantenía viva la promesa hecha por Dios en Génesis 3:15 referente al nacimiento de Cristo, quien, saldría de la simiente de la mujer y heriría a la serpiente antigua en la cabeza. Los profetas continuaron reiterando esta promesa de redención: Isaías hace referencia a su nacimiento de una virgen, a su nombre Emanuel, que significa “Dios con nosotros”, así como a su ministerio durante su estadía en la tierra. Miqueas profetizó que el niño-Dios nacería en la aldea de Belén.
Juan el Bautista da testimonio de la llegada del Hijo de Dios, diciendo; “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:9-11). La identificación del Hijo de Dios por el Bautista está registrada de la siguiente manera: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo… ese es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Juan 1:29-34).
El pueblo Judío se encontraba celebrando la pascua que les recordaba su salida de la esclavitud egipcia cuando el Hijo de Dios fue apresado mientras oraba en el Huerto de Getsemaní por una turba, cuyos autores intelectuales permanecían en sus casas, palacios, templos y sinagogas, esperando los resultados de su malsano plan. Después de ser juzgado por Anás, Caifás, Herodes y Pilatos, Jesús fue azotado y condenado a morir crucificado, que era la pena de muerte de los romanos para los Judíos, cumpliéndose de esta manera la profecía de Isaías cuando dijo: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores…” (Isaías 53:7).
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