La Navidad – IV
El mundo cristiano celebra cada año durante este mes de diciembre el nacimiento del salvador del mundo, el cual se hizo hombre sin perder su deidad. Durante su ministerio en la tierra sanó a los enfermos, libertó a los cautivos del pecado y fuerzas demoníacas, resucitó muertos, y sobre todo, ofreció salvación a todos aquellos que creyeron en él. Durante siglos se ha puesto en duda que el Hijo de Dios naciera en un mes que se encuentra bajo los efectos de pleno invierno en Palestina, lo cual dificultaba que los pastores de Belén permanecieran a la intemperie durante la noche cuidando sus rebaños; pero a los fieles seguidores de Cristo no les importa la fecha exacta, sino el acontecimiento del nacimiento del Dios-Hombre.
El evangelista Lucas al narrar los hechos que precedieron al nacimiento de Cristo hace mención del anuncio y nacimiento de Juan el Bautista, el cual sería el precursor del Hijo de Dios. Un acontecimiento muy importante narrado por Lucas es cuando María después de haber concebido por el Espíritu Santo fue a visitar a su parienta Elisabet, la cual al escuchar la salutación de María, la criatura que seis meses antes que María había concebido, saltó en su vientre y fue llena del Espíritu Santo y comenzó a exclamar a gran voz lo que hoy se denomina “El Magníficat”, que inmediatamente fue contestado por María con palabras inspiradas por el Espíritu Santo (Lucas 1:39-56).
El escritor del Evangelio que lleva su nombre, Lucas al narrar el anuncio del nacimiento de Cristo comienza diciendo:
Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María” (Lucas 1:26-27).
Allí el Ángel le dijo todo lo concerniente a su conversión como madre del redentor de la humanidad. María y José se trasladaron a Belén para ser empadronados, a fin de cumplir con una disposición del César de turno, por lo cual se cumplió la profecía de Miqueas. Al nacer el Rey de reyes y Señor de señores no hubo una cuna que le abrigara en un palacio real ni fiestas para celebrar el acontecimiento; pero sí, ángeles que unieron sus voces para alabar a Dios diciendo:
¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14).
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