¡Resucitó!
Las profecías no tan solo anunciaban la pasión y muerte de Cristo, el Cordero de Dios, sino que también anunciaban su resurrección. Entre las predicciones referentes a la resurrección de Cristo se destaca la de David cuando bajo la inspiración divina profetizó diciendo:
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.
(Salmo 16:9,10)
El mismo Cristo dijo:
porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches.
(Mateo 12:40)
En otra ocasión Jesús anunció su resurrección diciendo:
…Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
(Juan 2:19)
La aparente victoria obtenida por el imperio romano, el sistema religioso Judío, Satanás y la muerte no duró mucho tiempo, puesto que no les fue posible retener como prisionero al Rey de reyes y Señor de señores, a la estrella resplandeciente de la mañana, al Alfa y Omega, al príncipe de los pastores, al que es la resurrección y la vida, al que es la luz del mundo, al libertador de los cautivos, al dador de la vida en abundancia, al testigo fiel, al primogénito de los muertos, al que nos amó, al santo, al verdadero, al que abre y ninguno cierra, al Cordero de Dios, y al que junto al Padre y al Espíritu Santo creó todas las cosas, entre otros atributos o perfecciones que denotan su divinidad.
Mientras un grupo de soldados romanos custodiaba celosamente la tumba donde yacía el cuerpo de Cristo, tres mujeres que durante el ministerio del maestro se habían convertido en sus discípulas, pasaron varias horas de la noche del sábado que precedió al domingo de la resurrección, preparando especias aromáticas para ir temprano al sepulcro con el propósito de ungir el cuerpo de Jesús; no obstante su valiente decisión, sentían un poco de turbación al recordar la custodia de soldados romanos y la piedra sellada en la puerta del sepulcro. Pero cuán grande fue la sorpresa cuando al acercarse a la tumba la misma estaba vacía y el impedimento de la piedra y el sello habían desaparecido, así como también los saldados romanos, y un ángel les dijo:
¿Por qué buscáis entre los maestros al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.
(Lucas 24:5,6).
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