El tránsito: problema de salud pública

Una persona que pierde 3, 4, 5 o más horas en los días laborables en medio de embotellamientos (tapones) en el infernal tránsito dominicano disminuye su calidad de vida. El tema deja de ser anecdótico para convertirse en un problema de salud pública.
Son muchas las horas perdidas en las calles robadas al sueño, elemento indispensable y esencial para el buen funcionamiento del organismo.
Además del tiempo destinado para los diarios desplazamientos a los diferentes destinos, el problema se agrava por múltiples factores como el stress, los conductores imprudentes, los motociclistas sin control ni reglas, los vehículos pesados, ¡las “voladoras” del transporte público…uff!
Como si esto fuera poco, un estudio de la Fundación Movilidad Vial Dominicana advierte sobre el aumento de la agresividad al conducir en el Distrito Nacional que expone comportamientos peligrosos y cada vez más frecuentes.
He aquí algunos numeritos: 71% reconoce reacciones agresivas, 48% admite haber perseguido a otro conductor tras un altercado, 82% ha presenciado peleas en las calles, 53% ha experimentado estrés o ansiedad al conducir.
Hay una crisis de convivencia en las calles. La agresividad amenaza la vida y la seguridad de todos. En el tránsito la cortesía está ausente, la imprudencia se ha adueñado de las vías, impera la falta de inteligencia emocional y la formación en educación vial está a años luz.
Cosmovisión critiana
¿Hay alguna cosmovisión cristiana respecto a este problema?
Toda actividad humana está sometida a leyes éticas o morales producto de la misma naturaleza caída del hombre. Para un cristiano tener bajo control una máquina como un automotor, derivado del ingenio del hombre para su desplazamiento y comodidad, es una gran responsabilidad y hacerlo bien es la voluntad de Dios.
Este tema tiene múltiples tentáculos. En este artículo nos limitamos a la agresividad a la que hace referencia el estudio citado.
El cristiano no debe ser agresivo al volante. El vehículo es una máquina útil y beneficiosa, pero también puede convertirse en una máquina de caos y de muerte.
La paciencia, la tolerancia, el dominio propio, la cortesía, la amabilidad como fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5: 22-23); pensar en el valor de la persona como criatura de Dios respetando la vida son parte de la teología para el manejo del tránsito, como expresa un comentario de una denominación.
“Para un cristiano, conducir debe ser una aplicación práctica de su cristianismo en el uso del vehículo. Ello le ayudará a ser responsable, evitando daños a personas y cosas, y al mismo tiempo, le ayudará a santificarse mediante el ejercicio de las virtudes de la prudencia, de la solidaridad y de la caridad, socorriendo, perdonando los fallos humanos de los otros, elevando a Dios la mente, orando y agradeciéndole la bella naturaleza, la facilidad del desplazamiento para convivir y disfrutar de la familia.
Conducir bien es agradar a Dios, agradecerle, imitarlo y, como Jesús, pasar haciendo el bien a todos.”
Que mientras conduzcamos en calles, avenidas, autopistas y carreteras pensemos en que se trata de una forma diferente de “el que dice que permanece en Él debe andar como Él anduvo” (1 Juan 2:6).
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